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Apareció en el barrio Agustoni de Pilar. El mensaje que alertaba sobre su ubicación decía que “una perra ovejera se estaba muriendo abajo de un auto”. Las imágenes, además, hablaban por sí mismas. Había que actuar con urgencia. Por eso, sin perder tiempo, un grupo de voluntarios de la ONG Jaulas Vacías se dirigió al lugar.
“Al llegar nos encontramos una escena desgarradora. El olor era nauseabundo. A la pobre perra los gusanos le habían comido la mitad de la cabeza. Estaba con fiebre, raquítica, deshidratada, débil y sin fuerzas para poder incorporarse”, recuerda Tomás Heslop, uno de los voluntarios que participó en el rescate.
Rápidamente dispusieron los elementos necesarios para comenzar con el rescate. Guantes, una manta amplia, un bozal -en caso de que hiciera falta usarlo- y una fuerza de voluntad inquebrantable para asistir a un animal que se estaba aferrando a su último aliento de vida.
Los voluntarios cargaron en el auto a la perra y la llevaron al refugio. Su condición era tan severa que el olor resultaba difícil de soportar, pero a pesar del sufrimiento, Bangoo entendió enseguida que la ayuda había llegado y decidió entregarse a las manos de quienes le prometieron sacarla adelante. Desinfectaron la herida y la higienizaron, hasta que llegó la médica veterinaria.
Durante más de diez días, Bangoo, como bautizaron a la perra de mirada dulce y pelaje negro y dorado, había deambulado por ese barrio de la provincia de Buenos Aires. Con su cabeza gravemente afectada por una miasis avanzada, una infestación por larvas de gusanos, que anidan normalmente en heridas preexistentes y que suele conocerse como “bichera”, pedía ayuda pero, hasta ese momento, había sido invisible.
Fue difícil saber detalles específicos sobre su pasado. “Sospechamos que Bangoo fue utilizada en un criadero de perros: la encontramos con signos de lactancia y succión prolongada en las mamas cerca de la Ruta 8, en un barrio marginal de Pilar. Es probable que haya sido descartada debido a su edad avanzada”, dice con tristeza Tomás
Los primeros días fueron críticos. Cada pequeño avance, era una victoria en el largo camino que la perra tenía por recorrer. Pronto recuperó el apetito, mostró una respuesta favorable a los antibióticos y movió su colita en señal de agradecimiento.
Gracias a la atención inmediata y los cuidados constantes recibidos en el refugio, Bangoo logró superar su dolor y comenzó a sanar. “A pesar de su avanzada edad, con más de ocho años, nunca perdió su carácter dulce y juguetón, lo que la hizo aún más especial”.
Tras varios meses de recuperación, había llegado finalmente el momento de buscar una familia para ella. Cuando un perro se hace adulto, sus posibilidades de ser adoptado se reducen un 25%. Pero en Jaulas Vacías, -un santuario dedicado al rescate, cuidado, albergue y adopción responsable de animales, que cuenta con más de 50 voluntarios, alberga a más de 120 animales de diversas especies, incluyendo perros, gatos, caballos, cabras, conejos y patos y recibe el apoyo del programa Comunidad Baires de Agroindustrias Baires- estaban seguros de que Bangoo cerraría su historia con un final feliz.
“El hecho de que fuera una perrita tan avanzada en edad y, muy posiblemente, con historia de explotación, volvía más sorprendente su vitalidad jovial y alegrona. Fanática del agua de la manguera, de correr los palos o ramas que tiraban al aire. Y, particularmente, algo que llamó la atención fue el vínculo que formó con Annie, una de las cabritas rescatadas en el santuario. Todavía sueña con encontrar una familia que la quiera como ella se merece”, escribieron en un posteo de redes sociales para acompañar su foto.
Finalmente Bangoo encontró una familia dispuesta a brindarle la segunda oportunidad que merecía. Hoy disfruta de una vida feliz y llena de amor. “Es súper amigable, dulce y juguetona. Al principio no salía de debajo de la mesa, tímida y callada. Le llevó un tiempo poder ser ella misma, totalmente entendible sabiendo todo lo que vivió antes”, detalla con una sonrisa Camila, su adoptante.
Hoy Bangoo tiene una vida tranquila: es fanática del jardín y de poder revolcarse en el pasto. Le gusta pasar tiempo con la gata que también vive en la casa. “Para nosotros es nuestra niña eterna, los años no le pasan factura, siempre tiene energía para jugar y corretear. Y lo que la hace aún más especial es la emoción y la felicidad con la que nos recibe cada vez que llegamos a casa, se le ilumina la cara y viene moviendo la colita para traerte su tronquito. Es increíble el cambio que hizo desde que llegó”.
Si tenés una historia de adopción, rescate, rehabilitación o ayudaste a algún animal en situación de riesgo y querés contar su historia, escribinos a [email protected]