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14 marzo, 2025

A Ricardo Bochini lo asocio con el aforismo. Sus goles eran sentencias breves y doctrinales

Por Alejandro Duchini

Viene bien a veces parar la pelota y detenerse, por ejemplo, a leer a Walter Vargas, que con su nuevo libro, Cartografías del fútbol (Grupo Editorial Sur), ofrece una lectura riquelmeana: pausa y efectividad. 86 textos breves desde la mirada de uno de los profesionales más lúcidos del periodismo argentino, quien además es poeta, docente y psicólogo social. A esos ensayos se les suma el prólogo de Ariel Scher, otro de los maestros de la profesión que define: “Este libro edificado con indagaciones, con más preguntas que respuestas, con sabor a estadio y a vestuarios, con bibliografías vastas concedidas por vertientes académicas de los más variadas, lleva todo el tiempo una fé poética porque, además, es un libro poéticamente escrito”.

Vargas invita a reflexionar y a recordar hechos y nombres que marcaron al fútbol. Lo hace apoyado en una sólida bibliografía, en su propia experiencia y en la originalidad. Como cuando analiza el glosario del deporte y cuenta el histórico significado de palabras como campeón, derrota, torneo o trofeo. Palabras utilizadas asiduamente pero cuyo origen suele ser ignorado. Ahí está Vargas, entonces, analizando que “mínimo el 80 por ciento del glosario futbolero abreva en las metáforas bélicas: ataque, contraataque, defensa, cancerbero, retaguardia, retroceso, disputa, lucha, pelea, campaña, contienda, repliegue, desastre, copar, arrinconar, asediar, acometer, embotellar, cargar, foguear, dominar, refugiarse, replegarse, reñido, entreverarse, conquistar, envolver, ejecutar, escaramuza, estrago, campamento, táctica, estrategia, artillero, vender cara la derrota, y sigan las firmas”.

Con Cartografías del fútbol, Vargas continúa la línea iniciada en sus libros anteriores. Por nombrar algunos (todos de Ediciones Al Arco): Fútbol, antifútbol y otras yerbas, Fútbol Delivery, El túnel del centenario, Equipos cortos y Cambios de frente – Misceláneas futboleras. Pero hay uno que debería ser de lectura obligada en escuelas de periodismo y, sobre todo, para los periodistas en general: Periodistas depordivos, en cuyas páginas analiza, desmenuza y expone el ridículo show de los divos que conducen programas de televisión o escriben cosas terribles alrededor de la pelota.

La virtud que tiene Vargas es que no se repite. Y en esa no repetición nos lleva a un analítico viaje a la historia del fútbol. Nos recuerda al Argentinos Juniors del 85, dirigido por Yudica y con Claudio Borghi en un momento sublime. Nos cuenta sobre intelectuales que incursionan en el deporte. Por ejemplo, al cruzar a Paul Auster con Javier Marías o Juan Villoro: “Al respecto, el escritor estadounidense Paul Auster posó la mirada en las estrellas de su deporte predilecto, el fútbol americano, para concluir que ‘les pagan millonadas para que sean eternamente niños’. En cambio, el filósofo español Javier Marías, un refinado hermeneuta de los laberintos futboleros, acompañó la observación original del narrador mexicano Juan Villoro y en su libro, Salvajes y sentimentales, confesó que sí, que por supuesto, que cómo no, que seguir con fruición al equipo que amamos y cuyas travesías nos desvelan, no es otra cosa que ‘la recuperación semanal de la infancia’”. O, ya en el plano local, nos aclara: “Dante Panzeri es al periodismo especializado en fútbol lo que Jorge Luis Borges a la literatura argentina: un hombre mucho más venerado que leído”.

Uno de sus textos se titula A propósito de la hipocresía; ahí se lee: “Hacia finales del siglo XX, Mauricio Macri se jactaba de haber erradicado a los barras de la Bombonera y aledaños. El tandilense futuro primer mandatario de la Argentina gozaba de los esplendores de su presidencia en Boca y del irrepetible ciclo de Carlos Bianchi. Quiso el destino que el autor de estas líneas fuera íntimo amigo de un abogado que, en su primera juventud, había pasado por la segunda línea de la barrabrava de Boca y de ahí habían decantado un par de amistades fieles. (Aclaración urgente: mi amigo ya era un vigoroso profesional de los Derechos Humanos y hoy dispensa la mayor parte de sus días al asesoramiento de personas de barrios carentes de la Ciudad de Buenos Aires. Mi amigo trabaja ahora en Defensa del Consumidor). Y, justamente él, mi amigo xeneize hasta los tuétanos, me advirtió de una flagrante mentira que Macri había desparramado por los medios periodísticos, que el domingo anterior, a la hora de recibir Boca a River en la Bombonera, no había habido ni un solo barra. ‘Walter: me dijo Equis, con pelos y señales, el domingo a las dos de la tarde bajó al estacionamiento un dirigente de primera línea con un fajo de entradas y se las entregó en manos’. Al día siguiente surgió el tema en la mesa de debate del programa Competencia, conducido por Victor Hugo en radio Continental. Por supuesto, narré el episodio tal cual me había llegado a mí. No pasó mucho cuando, en el entretiempo de un partido jugado en la Bombonera, salí a buscar un refresco y me abordó Iván Pavlovsky, vocero de Macri por esos días y también vocero presidencial entre 2015 y 2019 y me dijo que Mauricio estaba molesto. Me dijo que le había pedido que me dijera que diera el nombre del dirigente que entregó entradas en la playa de estacionamiento. Que me lo digas a mí o se lo digas a él. Iván, decile a Mauricio que yo soy periodista, no policía, le respondí. Que si no sabía quién había sido, cosa que no creía, que averiguara él. Visiblemente molesto, Pavlovsky se dio la vuelta. Yo volví a la cabina a comentar el segundo tiempo”.

No es menor que Vargas se detenga además en temas que en su momento provocaron comentarios masivos. Entre ellos, el de la actitud de Dibu Martínez de burlar a los rivales en tandas de penales. “Conste que no suscribo sus meneos eróticos y otras formas de celebración que el Dibu ha cultivado con desparpajo adolescente. Sin moralizarlas: son de mal gusto y nada divertidas. Me refiero a lo otro: al ‘estás nervioso’, ‘te como’, ‘sabés que te lo atajo’ y demás. ¿Dónde está el crimen ahí? Un futbolista de alta competencia, ¿no debería trabajar la templanza indispensable como para desenvolverse en el alto nivel y sometido a todo tipo de presiones? (Admito, eso sí, un atenuante que me hizo notar Juan José Becerra, amigo, escritor notable y futbolero hasta los tuétanos: ‘Ojo, Walter, no debe de ser fácil mantener la concentración y desarrollar tus habilidades mientras tenés a 50 mil tipos gritándote, hostigando o reclamándote que hagas todo perfecto’)”.

Hincha de Estudiantes, Vargas se da el gusto de realzar a quienes admiraba de chico: “Afrontado el inevitable momento de enaltecer el ídolo de mi niñez y mi primera juventud, me remito a Juan Ramón Verón, prestidigitador cuyo gol dio a Estudiantes de La Plata la mayor gesta de la historia del fútbol argentino a nivel de clubes: ganar una Copa Intercontinental en el llamado Teatro de los Sueños a un Manchester United que reunía tres próceres que perviven en el bronce del fútbol británico: el inglés Bobby Charlton, el irlandés George Best y el escocés Denis Law. Verón, ‘la Bruja’ Verón, era un goleador de crescendos. Podía hacerse de la pelota a cincuenta metros del arco y zigzaguear entre los defensores rivales convencido de que la historia reservaba un solo final, el gol. Cuando Verón arrancaba parecía conocer el desenlace. Solo lo inquietaba y no mucho cómo transitar el nudo del relato”. Y agrega en cuanto a su club, con una dosis de humor: “Cierta vez, mate de por medio, tuve el honor de mantener una larga charla con Carlos Pachamé, mediocentro de aquel célebre Estudiantes que sus detractores bautizaron antifútbol: ‘Nosotros no éramos santos, Walter, pero tampoco eran santos nuestros rivales. Pensá en los muchachos de Independiente y Racing… Tenían mucha noche, se manejaban como hombres conocedores, piolas, astutos, que sabían imponer respeto, pero ¿cómo podía ser que al Pato Pastoriza lo sacara de quicio que le dijeras ‘Pastoriza, Pastoriza, agarrame la longaniza’?”.

Pero de todo lo que escribe, de todo lo que se lee en Cartografías del fútbol, que desde ya lo recomiendo, a mí hay una frase que, por cuestiones sentimentales, remarco especialmente. Está al principio del libro y refiere a mi máximo ídolo deportivo: “A Ricardo Bochini lo asocio con el aforismo. Sus goles eran sentencias breves y doctrinales. Después de un gol de Bochini era difícil dar vuelta la hoja”.

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